viernes, 19 de octubre de 2007

Espantos de Agosto

Gabriel García Márquez
Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar. – Menos mal – dijo ella – porque en esa casa espantan. Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos de1 medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente. Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo. – El más grande – sentenció – fue Ludovico. Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor. El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico. Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio. Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar. Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no. Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el más apacible de los inocentes. Qué tontería – me dije –, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos. Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

11 comentarios:

Dragon shadown dijo...

Lo que me gussto de la historia fue de como el autor describe el castillo y los diferentes paisajes en la historia y tambien la tragedia que ocurrio en el castillo de Ludovico, pero para mí el final no me gusto mucho.

F@B¡O dijo...

Bueno a mi me gusto mucho ya que es sobre fantasmas y asesinatos pero me parece que se desarrolla un poco lento aunque mantiene muy bien el suspenso. Me gusto tambien se relaciona el pasado con el presente en el final de la historia ya que es original y no te esperas eso. Talvez un poco mas de accion pudo haber sid mas interesante sin embargo describe muy bien los pasjes del castillo.

mauricio31 dijo...

as mi me gusto por una parte y por otra parte no me gusta como en partes importantes de la historia te pone en suspenso y hay partes donde no me gustan porque va ocurriendo lso sucesos demasiados lento tambien describe lso paisajes perfectamente te hace imaginar como si lo estuvieras viviendo en ese momento, el final es algo que nucna habia visto que se relaciona el pasado con el presente y pues eso me gusta porque la verdad no te esperas que va a suceder esa suceso pero creo que a esta lectura le falto mas accion y un poco ams de suspenso porque hay partes que aburren y como que ya no quieres seguir leyendo la historia

Pedro dijo...

Este escrito es muy interesante, debido a que, como vimos en clase mantiene esa atracción del lector en dosis pequeñas durante todo el cuento. Cabe mencionar la extraordinaria forma de describir cada parte de la historia, para crear una imagen muy clara, de cada escena del relato.

*belly* dijo...

la historia me parecio bien relatada y con detalles muy claros acerca de los personajes y de la historia del castillo el cual me parece un lugar muy bueno para hacer un relato de terror , creo que le falto un poco mas de terror por que sinceramente lo unico de miedo fue el final, aunque era algo que no esperaba.

Lucia Rueda dijo...

Gabriel García es un excelente escritor, en este relato pude observar como realcionar un cuento de terror pero con el estilo de Gabriel, él puede ligar con lo lirerario.
Tanto en la forma de describir las situaciones, como todos los escenarios de la historia.

Me gustó mucho porque es una forma muy distinta de poder narrar algo con un sentido mas poético de lo que estamos acostumbrados a leer en cuentos de terror.

Carlos GCM dijo...

Es muy buena historia me agradó y despues de leerla me inspiró para hacer mi cuento Grabiel Garcia Marquez un un exelente escritor y sus narraciones son muy buenas, los fantasmas y los asesiantos en una historia de terror son algo que los distingue pero que hace de ellas algo especial e interesante el suspenso en esta historia es buena y suceden cosas que al final no te las esperas mmm estubo bien a secas me agradó.

Javier dijo...

Sinceramente esperaba mas de este cuento, el cuanto esta aburrido, no medio miedo ni siquiera me causo risa, por favor suba uno de usted en verdad este cuento si fuera puntuación solo le doy 2 estrellas.

Elizabeth dijo...

1° siento por no haber subido mi comentario desde antes.
La descripción de los momentos, del cómo el autor juega con los tiempos fue muy interesante. Aunque no fue asi de muy de terror pero si te logra confundir en los tiempos, te imaginas otra cosa y resulta que fue otra, es decir, el autor logró jugar con la imaginación del lector. En conclusión fue una buena historia.

Anónimo dijo...

este cueto es muy bueno
yo lo lei en 7º xq salia en el texto.
sabe captar la atencion de sus lectores

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.